Artículo escrito por Antonio Aguilera Nieves y publicado en la revista Santelmo 41, en Junio de 2011.
Somos cada vez más ágiles mentalmente, nuestra capacidad de
análisis y procesamiento está creciendo, pero la de concentración cae en
picado. Al poner la lupa sobre las causas, si necesitamos encontrar un
culpable, podemos señalar en gran medida con el dedo acusador a la revolución
en la que están inmersas las tecnologías de la comunicación. Puede culparse en
cierta medida a Internet, sus redes sociales, sus correos electrónicos. Estamos
a punto de llegar a los dos mil millones de internautas, casi el 30% de la
población mundial. Las cifras no paran de crecer, y es que la red ha dejado de
ser ámbito exclusivamente profesional y se ha independizado de los ordenadores.
En 2011 habrá casi tres móviles por persona en España y la
mitad de sus poseedores entre 15 y 35 años navegan todos los días desde su
terminal móvil. Los números siguen aumentando geométricamente gracias a la
visión de futuro de gente como Steve Jobs, que nos genera la necesidad antes
siquiera de nosotros intuirla. Las llamadas tabletas, van a venderse a un ritmo
de 4,5 millones al trimestre durante este año. De otro lado, ya existen unas
150.000 aplicaciones de descarga disponibles para terminales móviles. La
explosión de información disponible requeriría otra teoría similar a la del Big
Bang. Hoy ha más de 70 millones de blogs y 150 millones de páginas web,
aumentan a razón de 10.000 a la hora.Ya en el 2006 se crearon registros digitales equivalentes a
todos los libros escritos durante la historia de la humanidad.
Ahora, llegar al puesto de trabajo y sentarse al ordenador,
requiere, abrir una decena de programas, responder a mails y despertar a las
redes sociales a cada rato. No son escasas las ocasiones en las que nos
sorprendemos a nosotros mismos saltando sin cesar de una aplicación a otra, de
una web a otra, de un chat a otro. El ordenador es
ya una magnifica máquina multitarea, y nos está arrastrando a su modelo, a su
manera de trabajar. Nosotros mismos
somos, cada vez más, seres multitareas. Cada vez hacemos más cosas a la vez,
llevamos adelante varios asuntos de forma simultánea, eso sí, trabajos y
cuestiones que requieren escasa reflexión y profundización.
Porque, a la vez que aumentamos nuestra capacidad
multitarea, a la vez que nos volvemos más saltarines, yendo sin parar de un
trabajo a otro, de un problema a otro, de un proyecto a otro, disminuimos el
tiempo que dedicamos a asuntos que requieren concentración, meditación,
abstracción.
El proceso en el que nos han envuelto los nuevos ritmos de
trabajo, marcados por la inmediatez de la comunicación, hace que cada vez
seamos menos capaces de estudiar y analizar largos artículos, de llevar una
lectura hilada de libros de lomo ancho, de profundizar en áreas de trabajo que
requieren muchas horas de atención y concentración. En demasiadas ocasiones,
acabarse la novela que suele acompañarnos en nuestra mesita de noche se está
convirtiendo en un importante hándicap. Cuando abrimos el archivo adjunto que
acompaña al correo electrónico y comprobamos que tiene más de diez páginas,
dejamos su lectura para otro momento más tranquilo. La exigencia de que los
informes deben ser cortos, precisos, directos, de apenas tres párrafos se está
convirtiendo en una directriz generalizada. Una lectura sosegada y continuada
por más de media hora está quedando recluida a círculos místicos, literarios o
científicos.
Cuando en los proyectos de organización de empresas se le
pregunta a las personas sobre sus funciones, sobre sus tareas, y se les pide
que las describan y que les asignen a cada una de ellas el tiempo que les
dedican, es sorprendente cómo, en demasiadas ocasiones, las opciones de
“Responder a mails”, “Buscar en Internet”, puede acaparar el 30% y hasta el 40%
del tiempo de trabajo en puestos que requieren formación superior y amplia
experiencia para ser ocupados. Como promedio, las personas que trabajan con un
ordenador, tienen ocho ventanas abiertas y saltan de una a otra cada veinte
segundos.
En cualquiera de los casos, debemos ser conscientes que, en
última instancia, la manera en la que se usa el ordenador, la red, el móvil es
una decisión personal, individual, pero cuando tus clientes, tus compañeros, tu
jefe entiende/supone/presupone que has leído el mail que te ha remitido apenas
unos minutos antes, estés donde estés, si no lo haces, tu futuro profesional
puede verse dañado. La tecnología y
el uso de las redes de comunicaciones están modificando las pautas de trabajo.
Y estos cambios han llegado para quedarse. Sus ventajas no deben hacernos
olvidar que también tiene inconvenientes.
Para clarificar la situación, para establecer prioridades,
ritmos y escalas de atención es necesario distinguir entre el acceso a las
redes de información y su forma de uso. Hasta hace muy poco la posibilidad de
acceder a la red en cualquier sitio, a cualquier hora era un privilegio.
Durante ese período, los que contaban con acceso, presumían de ello,
respondiendo al instante al correo electrónico desde el dispositivo móvil, o
enviaban correos electrónicos desde la estación, desde el aeropuerto que podrían
haber esperado unas horas. La conexión otorgaba estatus, incluía un mensaje
subliminal para el destinatario, independiente del contenido en sí del texto,
del archivo adjunto, de la imagen, del video. El envío llevaba implícito un
mensaje de poder y superioridad.
El abaratamiento, la comodidad, la facilidad del acceso ha
hecho que este aspecto deje de ser diferencial. Disponer hoy de conexión es un
apartado básico, el acceso es prácticamente universal y el teléfono móvil se ha
convertido en una extensión del ordenador. La capacidad de acceder a la red ya
no es diferencial, al contrario, en muchas ocasiones los individuos muestran
cierto rechazo ante la imposibilidad de desconectarse de la red. Las
interrupciones del ordenador se trasladan hoy con nosotros en el bolsillo de la
chaqueta.
Un trabajo realizado por la Universidad de Standford, famosa
por su implicación con los avances tecnológicos ha demostrado que las personas,
llamados “multitarea intensivos”, es decir, aquellos que abren el correo a
menudo, hablan por teléfono, escuchan música y realizan simultáneamente otras
labores, son menos productivos. Se produce una crucial paradoja: tener la
sensación de estar ocupado al tener varias cosas pendientes de hacer, de ver,
de leer, tranquiliza, pero nos hace menos eficaces. Los neurocientíficos lo
tienen comprobado. El cerebro tiene una capacidad limitada pues gestiona la
información por diversos “canales” que trabajan en paralelo: el visual, el
verbal, el auditivo. Cuando alguno se sobrecarga, se vuelve ineficiente.
Volvernos saltarines nos permite hacer muchas cosas a la
vez, podemos presumir de ser multifuncionales, polivalentes. Eso sí, a veces
estar en diez cosas a la vez, puede provocar que no estemos en ninguna. Las redes de la información y la comunicación pueden estar
fabricando una generación completa de maestros liendre. David Levy, en una
conferencia titulada “No time to think”, explicaba: “Necesitamos una ecología
de la información para luchar contra las formas agresivas de polución mental
que afectan a nuestras vidas”.
Diversos autores como Robert Simone, Tommy Poggio, Mihaly
Csikszentmihalyi, Kahneman han estudiado la atención y han demostrado que es un
recurso psicológico limitado. La multitarea nos ocupa, y en demasiadas
ocasiones nos preocupa en si misma, genera estados de presión, tensión,
ansiedad, estrés; pero cuando levantamos la vista la sensación de escaso avance
profesional y personal nos aplasta. Para hacernos grandes, para construir
proyectos memorables, tenemos que fijar nuestra atención en unos cuantos
apenas, dejando margen y espacio suficiente para el estudio, la reflexión y la
meditación, amasando el tiempo suficiente y necesario que nos permita
profundizar en los entresijos de cada uno de ellos, en su conocimiento, en sus
problemas, en sus soluciones aunque para ello tengamos que tomar la terrible
decisión de desconectarnos durante toda la mañana.